sábado, 13 de octubre de 2007

I dont want to go to Chelsea


¡Y qué razón tenía Elvis Costello! Se ve que el tío también pasó por Dublín en mitad de un partido Irlanda-Alemania. Todo el mundo pensaba que Chelsea era un barrio de Londres, pero se equivocaban. El Chelsea es un B&B de mala muerte al lado de nuestro hostel en el que hemos acabado unos cuantos durmiendo el viernes (otros aún siguen alí hasta el domingo). No teníamos reserva y el fin de semana nuestro hostel se llena, esta vez de alemanes borrachos que vienen a ver a su selección.

Ahora os estaréis preguntando... ¿cómo es el Chelsea? Pues bien, en algún momento aciago de la historia irlandesa unos slobodans llegaron y decidieron montar un B&B baratito. Hay que admitir que lo consiguieron, pero dando un servicio acorde al precio y a la calidad de gestión slobodan. Cuando reservamos a mitad de semana nos dieron nuestro ticket, un papel infernal escrito a mano mitad en inglés, mitad en polaco de mala manera. Esa clase de primera impresión en que ya sabes que nada bueno se avecina, pero que además te deja totalmente acojonado a la espera de lo que vendrá a tu encuentro. Durante toda la semana el papelito no fue más que cosa de risa, pero ayer ya tocó enfrentarse a la realidad.

Llegamos y hay una polaca que no estaba mal pero que no podía ser más borde la tía. Le enseño mi pedazo de reserva que tengo escrita por su compatriota y la admite sin problemas. Al menos ya se nos quita el susto de que nos hubiesen estafado. Le pregunto por nuestra habitación y me suelta un rollo borde en algún idioma extraño que ella creería que era inglés. A todo esto, en mitad de la parrafada va la slobodan, mete un palmada y se carga una mosca. Al menos tuvo la decencia de no ofrecérnosla. Tras ver que no podría sacar mucha información de ella ya nos decidimos a subir a explorar.

Encontramos nuestra pedazo de habitación 106 y se oye una guitarra dentro. En la puerta no hay picaporte convencional, sino una reliquia seguramente adquirida rebuscando en las ruinas de la Unión Soviética. Consistía en un cerrojo con botones dispuestos verticalmente como los de un acordeón comprado en un todo a cien. De primeras no lo entendimos, pero tras dar un par de golpes a la puerta se paró la música y salió un italiano a abrirnos. El tío tampoco entendía muy bien de que iba el rollo ese del cerrojo, pero entendimos que no teníamos dos habitaciones, sino la 106 para los dos con el código 254 para abrirla. Los botones de acordeón no tienen número, pero supuestamente el de arriba sería el uno. A todo esto piensas, vamos a ver, si me has dado el código de la habitación sin mirarlo en ningún lado el martes es que no lo cambias nunca, por lo que aquí puede entrar todo quisqui. Para eso no pongáis nada y ya está.

Ojeada general a la habitación. El impacto olfativo es inminente, allí hay humanidad. El suelo horrible, las paredes con manchas indeterminadas. Todo perfectamente acorde con el resto del lugar. Vamos a ver los baños comunes para toda la planta y discernimos que estaba diseñado por algún nostálgico de sus días por Auswitch, el tío no tendría muchas ganas de pensar y los copió tal cual. En fin, era suficiente, nos fuimos a cenar fuera sabiendo ya lo que nos esperaba.

Noche de viernes.... Nos divertimos lo suyo. Nos jampamos unas hamburguesas baratas antes de ir a la cama y tiramos para el Chelsea más tajaos que Wenceslao. El tema del acordeón lo resolvimos como a media tarde. Cuatro hostias bien dadas a la puerta y algún tío salío a abrir a los dos energúmenos slobodans que se encontró. A la camita, todos nuestros objetos con nosotros y a sobarla. Por la mañana empieza la acción y vemos que hay gente que se ducha (vaya par de huevos). Vistazo general a peña. Un polaco enorme cuarentón en tanga rodeado de latas de cerveza, un par de italianos y para qué ver más. A las 11 vino el encanto de recepción a largarnos porque era la hora del check out.

Nos arrastramos al super a por zumito de naranja y a reirnos un poco de la jugada. Nos sentamos en la acera a contemplar la belleza de Dublín más allá del antro que dejamos atrás. A todo esto nos viene un polaco todo moco a pedirnos pasta, y el tío nada más empezar decide que para qué hablarnos en inglés. Nos echa la chapa en slobodan y se queda tan pancho. En fin, para ser dos resacosos en una acera tomándonos unos zumos tuvimos la impresión de que aún nos quedaban varios pasos para tocar fondo. Nos fuimos a nuestro amado, limpio, organizado, modernizado y fastuoso hostel e hicimos el check in. Hemos sobrevivido a una noche en el Chelsea.

¡Qué razón tenías Elvis! I dont want to go to Chelsea.

PD: El viernes que viene nuestro hostel vuelve a estar lleno.

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